AGÓSTOPE JAGUEROHORY ÑE’Ẽ GUARANI

23-08-2021

Potencialidades del guaraní *

Bartomeu Melià, s.j.
En Palma de Mallorca,
abril/mayo 2013
Asunción , Centro Cultural de España
Juan de Salazar,
martes 7 de mayo 2013

Las lenguas manifiestan su potencialidad en su piel y en las crisis por las cuales esa piel está pasando, de crecimiento, de acné y pecas, de arrugamiento, de brillo y opacidad, hay piel sana y hay piel enferma.

Lo más profundo de la palabra es su piel. Al hablar te veo, y si no hablas no te veo del todo. La lengua es piel y del placer táctil de esa piel de la lengua viene el buen gusto de la lengua y la lengua de buen gusto. Así como las palabras de un diccionario están contenidas dentro de sus tapas, las palabras vivas del hablante están dentro de la piel en la que habitamos; lo que no está dentro de esa piel, no existe; la piel de la lengua es nuestro hábitat. Una lengua despellejada está en peligro de muerte.

La lengua en su tiempo

Toda piel registra cambios y transformaciones que traducen crisis, pequeñas o grandes, superficiales o profundas. La crisis por otra parte es un fenómeno que necesita tiempo. No aprendemos lenguas de un día para otro, ni tampoco las olvidamos de un día para otro. Necesitamos tiempo de exposición e inmersión para decir que la lengua nos ha cambiado. Tanto la evolución como la muerte de una lengua necesitan tiempo, un tiempo largo y monótono, o un tiempo brevísimo como puede ser la muerte, o el paso imperceptible de una gradual desintegración. Pero incluso las lenguas muertas todavía viven si han podido dejar marcas en el tiempo, nunca se han ido del todo. Las lenguas no mueren del todo cuando dejaron huella en inscripciones y papeles.

Porque está en el tiempo, una lengua está en la historia de sus hablantes y de manera subsidiaria en la de sus documentos. La misma está sujeta a alteraciones a veces tan radicales y críticas como los tatuajes. Una lengua tiene historia y tiene historias. Es una ilusión pensar que una palabra será ella misma durante toda una vida; y mucho menos un modo de decir. Pero si las palabras vuelan, también tarde o temprano tienen que posarse en algún soporte que sea común por lo menos a dos personas. El Verbo se hizo carne.

 

Pieles y tatuajes de la lengua guaraní

Toda la potencialidad de nuestra lengua guaraní ha tenido que sufrir la prueba de la piel expuesta al tiempo, a los rigores del sol y a los vientos del azar.

¿Qué ocurrió, pues, con la piel del guaraní? ¿Qué ocurrió en las varias lenguas guaraníes diacrónica y sincrónicamente hablando?

Diacrónicamente, a la llegada de los “otros” había tantos dialectos guaraníes cuantas parcialidades de las que hablan expedicionarios y conquistadores, devenidos cronistas. En la medida que desaparecieron por guerras, epidemias y malos tratos, desapareció su lengua. Ni siquiera tenemos idea cabal de la lengua de los Carios, pues los primeros documentos que de ella tenemos, son muy sospechosos. El llamado Catecismo de Bolaños no es un texto guaraní, sino en guaraní; es castellano en guaraní; es decir, en el guaraní aprendido por esa masa de mancebos de la tierra que ya no viven como guaraníes aunque hablen esa lengua con mayor o menor justeza.

Es ahí donde se pone de manifiesto el potencial y el límite de la lengua: en la posibilidad de los sinónimos y al mismo tiempo la necesidad o conveniencia del préstamo. De hecho, estamos en una situación de contacto y contraste cultural, cuando tengo que decir cosas que nunca he dicho ni me pasaron por la mente que pudieran existir. En esta situación no se trata de encontrar palabras, sino correspondencia de conceptos. Ese Catecismo, de Bolaños y sus colaboradores, con su 23 palabras castellanas en un texto que consta de menos de 500, es decir, un 5%, es el indicador de lo que será un día el guaraní paraguayo, ese que algunos llaman hoy jopará, pero ya fue tachado de jerigonza y algarabía. Hasta hoy no sabemos cómo decir rey ni reino, estado ni gobierno; ni camión ni avión, ni pluma de escribir ni computadora.

¿Es que el guaraní carece de potencialidad para vivir la vida colonial? ¿Tiene menos potencialidad que el nivaklé o el ayoreo?

Es ahí donde se abre otra vía de explicación. La potencialidad de la lengua no se reduce a ella, sino a los modos de vida de sus hablantes y, en América Latina, al modo como han vivido y viven su colonialidad. Por eso las soluciones lingüísticas son tan diferentes en los Ayoreo, en los Nivaclé y las Nivaché, en los Entlhet y en los Enxet, y aun en esa familia, los Sanapaná, los Angaité, los Toba y sobre todo los Maskoy y los Guaná, que en gran parte han perdido su lengua. Es el caso más claro de que no es la lengua que retiene potencialidades y limitaciones, sino la comunidad de hablantes en sus circunstancias históricas.

 

La tentación mestiza

A mi modo de ver, la peor categoría histórica que se ha podido aplicar al Paraguay es decir que es un país bilingüe. Y peor todavía, decir que el bilingüismo proviene de su mestizaje. Pero, si hubo mestizaje, ¿qué mestizaje y cuál su alcance?

Si bien la demografía colonial es por sobre todo una ciencia de opinión, hay que reconocer que el aporte cuantitativo español al Paraguay fue muy reducido. Incluso en los pueblos indios más cercanos a Asunción se procuró tener a raya la unión de españoles con guaraníes, como lo muestran las provisiones tomadas por el primer sínodo diocesano de 1603.

El que puede considerarse el primer censo del Paraguay, el del obispo fray Faustino de Casas en 1682, contó en el Paraguay 38.666 habitantes distribuidos de la siguiente manera:

  1. a) 7.209 españoles, criollos y mestizos aposentados en dos ciudades, Asunción (incluida su comarca) y Villarrica. Esta cifra representaba solo el 18,6% de la población total.
  2. b) 2.517 indios yanaconas y 1.134 negros o pardos, asentados, principalmente, en Asunción y alrededores, y en Villarrica.
  3. c) 27.806 indígenas repartidos en los pueblos de indios. De ellos, 19.070 estaban en las misiones jesuíticas; 5.307 habitaban los tres pueblos administrados por franciscanos; y 3.429 en los seis que estaban al cuidado del clero secular, que eran Altos, Atyrá, Tobatí, Ypane, Guarambaré y Yaguarón.

 

En 1761, la población total del Paraguay (españoles, indios y pardos) alcanzó las 84.068 personas.

De ellas, los trece pueblos jesuíticos sumaban 44.329 guaraníes, lo que suponía el 52,7%. Si se contabiliza el conjunto de los treinta pueblos se llegaba a la respetable cifra de 102.694 habitantes, aunque esta cifra ya representaba una notable disminución con respecto a 1732, cuando se alcanzaron los 141.162 guaraníes reducidos en las Misiones jesuíticas. Hasta después de la Guerra Grande del 70 la población del Paraguay desde el punto de vista biológico era guaraní, y la autoidentificación como español era ideológica. Eran guaraníes que no querían ser guaraníes. Pero los guaraníes de los pueblos de indios –clero secular, franciscanos y jesuitas– representaban, ciertamente, la inmensa mayoría. Estas cifras contienen historias de la historia e historias de las formas de su lengua.

 

La potencialidad guaraní-jesuítica

La considerable literatura guaraní y en guaraní producida en los pueblos jesuíticos, que a este respecto no son solamente los quince del Paraguay, sino también los otros diecisiete de Buenos Aires, es un indicador de la potencialidad de la lengua guaraní en un determinado contexto colonial, muy diferente del vivido entre los guaraníes del resto de la provincia.

El contacto con el mundo colonial no se hizo en las Misiones jesuíticas en el contexto encomendero; de hecho, se hizo aparte, y aun en su contra.

Varios factores influyeron para que se trazaran caminos paralelos entre esas dos sociedades, dos economías, dos culturas.

En el conjunto guaraní de las misiones jesuíticas se pudo mantener la economía de reciprocidad económica sin perder tampoco –por lo menos del todo– la reciprocidad de palabras. Hubo ciertamente un contacto colonial que reorientó la expresión de los pueblos guaraníes. Los trece –o quince– pueblos jesuíticos sin embargo llegaron a la creación de lenguaje y de lengua que por lo general no fue sustitutiva sino que permitió la eclosión de potencialidades nuevas sin eliminación de bienes adquiridos. Sólo en el campo religioso se dieron lamentables amputaciones, que en parte se subsanaron gracias a prótesis ingeniosas y bastante originales, casi de orden llamaríamos hoy intercultural.

La lengua guaraní fue escrita, lo cual suponía una reducción a una fonología genérica y común. A partir de ahí se dio también una gramaticalización que usó muchas de las categorías del latín y del romance, sin desconocer ni eliminar sin embargo las particularidades del sistema guaraní. En caso de dudas la regla era el hablante. Con ello se daba paso a la literatura en guaraní y la propiamente guaraní, que llegó a conformar uno de los monumentos literarios más extensos y apreciables durante el período colonial. La piel guaraní recibía pues tatuajes que le conferían otro aspecto, que las personas hicieron suyo y propio. Los colores de esa transformación siguieron siendo fundamentalmente guaraníes, no importados.

Cabe preguntarse si esa reorientación de la lengua alcanzó por igual a todos los hablantes, que a su vez procedían de varias parcialidades y que se mantenían agrupados por pueblos. Es probable que se haya dado un bilingüismo guarani-guaraní. Raramente la literatura guaraní era la lengua de los diversos grupos del común, aunque el común en su mayoría entendía la nueva koiné creada. Este tipo de bilingüismo, que se ha dado en llamar diglosia, fue consecuencia de la potencialidad de los guaraníes para adaptarse a los nuevos tiempos coloniales. En esta diglosia viven todavía los pueblos guaraníes de Argentina, Brasil y Paraguay, que en grado diverso han entrado en procesos diferenciados, pero con muchos elementos en común.

Los hablantes de tiempos posteriores a la salida de los jesuitas en 1768 y la intromisión de otro tipo de hablantes que se llamaban españoles del Paraguay –la denominación de mestizo en esa época era vista con recelo y repugnancia –, venidos incluso de Corrientes, echaron a perder la singular potencialidad del guaraní de esos treinta y dos pueblos que estaban creando una nueva economía y una nueva cultura que parecía un “triunfo de humanidad”. La modernidad del Paraguay venía de la mano de la lengua guaraní potenciada por un contacto respetuoso y libre, que nunca más volvería a darse. El Paraguay fue moderno y progresista porque hablaba guaraní.Fue incuso una sociedad de escritores, como no la hubo en ninguna otra área del Paraguay colonial.

 

Una fuerza desperdiciada

Los pueblos guaraníes del área encomendera siguieron hablando guaraní, pero sin ortografía ni gramática, sin poetas ni profetas.

Amos y esclavos no logran convivir en un proyecto lingüístico común. La historia del guaraní paraguayo es la historia de la dependencia colonial, que se prolonga más allá de la independencia, si no es que se refuerza.

La economía guaraní, pierde su identidad de reciprocidad, para convertirse en economía de mercado; la reciprocidad de palabras, marcada por el don, se pierde; su palabra no es importante. De esa sustitución deriva a su vez el cambio cultural, en el cual el pueblo guaraní pierde su protagonismo.

Los campos más significativos que dan realce y variedad a las lenguas no consiguen rehacerse en el nuevo contexto; perdieron gran parte de su potencia comunicativa tradicional y no adquirieron nuevas competencias. Por esta razón se abandona gradualmente la formación de posibles neologismos para expresar las novedades del mundo político y el mundo religioso, y es escaso el aprovechamiento de palabras originarias con nueva semántica, un modo de renovación y de modernización practicado por muchas lenguas. No teniendo palabras para decir lo nuevo que llega a través del mundo colonial se usan los términos del colonizador, es decir los españoles o los ingleses Hasta los nombres de parentesco pasan rápidamente al olvido. Fuera de la escuela y de cualquier organismo rector, la lengua se desintegra y se ve expuesta incluso a aberraciones que afectan al núcleo duro de la lengua, como es el paradigma verbal: se escucha agueraha, agueru, aguereko, que en la tercera persona se convierte en el horrible oreko.

Usando una metáfora tristemente actual, la deforestación ha alcanzado a la lengua y por consiguiente a la cultura. No es una deforestación de superficie, sino de raíces, de fuentes y manantiales, de pájaros, peces y bichos del monte; incluso el aire ha sido envenenado por agrotóxicos. Es el tekoha político, social y cultural el que se va echando a perder. Lo destruido, sustituido y transformado, cambiado y trastornado no es la tierra, es el modo de ser del paraguayo, su teko, su palabra, su alma. Y eso en algo tan esencial como su comunicación, comunicación de bienes y comunicación de mensajes. La deforestación ha afectado las relaciones fundamentales del vivir como personas. De hecho, la misma lengua en la que hablamos y somos hablados, vivimos y somos, está siendo deforestada.

 

La deforestación en el Paraguay

Se puede hablar de una deforestación de la lengua guaraní paraguaya. Nuestro guaraní es el resultado de un contacto social y cultural en contexto de colonia opresora. Concretamente una colonia desalmada.

El contacto entre lenguas no siempre es negativo y con frecuencia trae consigo un rico potencial de ganancias; las lenguas quedan en gran parte enriquecidas gracias a los contactos con otras lenguas; en una selva caben nuevos árboles y nuevos frutos; los naranjos no desvirtuaron el monte. El español actual es más rico por los aportes árabes, americanos, franceses e ingleses que ha incorporado que cuando bebía y comía del latín.

Es cierto que se hubieron podido crear neologismos que dieran cuenta de esas nuevas realidades religioso-culturales, pero también eran oportunos esos hispanismos diferenciadores, como ya lo habían sido la adaptación a la fonología del guaraní algunos nombres de animales traídos por los conquistadores coloniales:. vaca, cabayú, cabará, obechá. Se abría así un largo camino que continuaría a través de los siglos y que no está cerrado. La introducción de nombres castellanos para los números, los meses del año y los días de la semana tenía su lógica y el guaraní parlante los recibió como cosa suya; hacían parte del nuevo sistema con el que había entrado en contacto el mundo guaraní. Se podría haber seguido otro derrotero, como lo hicieron los Guaraní de Bolivia, que crearon neologismos para esas mismas realidades, pero en el Paraguay se aceptó el recurso al hispanismo, que a su vez recurre también a otras lenguas para designar las novedades del mundo tecnológico: radio, televisión, teléfono, celular, computador, escaner, windows, etc.

Ciertamente sería recomendable que estas palabras entraran avaladas con determinados criterios que permitieran su normalización y uso generalizado, no sólo por los técnicos sino por el pueblo en general. El libro Hispanismos en el guaraní (Buenos Aires 1931), de Marcos A. Morínigo, es un inventario extraordinario de ese tipo de préstamos que sin duda han enriquecido la lengua, y que un hablante guaraní tiene hoy como propiamente guaraníes, como las palabras árabes en el castellano. Algunos préstamos no son automáticamente sustitución, ya que no sustituyen a nada anterior ni representan deforestación de algo que no existía. En otros casos no se acudió a los préstamos, ya se encontraron palabras guaraníes que respondían por analogía a la novedad colonial: jaguá para perro, mbaraká para guitarra, karaí para español y cristiano, mburuvichaveté para rey, pa’i para padre sacerdote, y así por delante. Préstamos y resignificaciones son uno de los aspectos más creativos de una sociedad lingüística viva, aunque a veces el nuevo significado llega a tapar y anular el primero y original.

Suele considerarse como deforestación la reducción progresiva o desaparición de las masas forestales, siendo ella uno de los pasos previos a la desertización. En sus fases más avanzadas y radicales se trata de un proceso que convierte las tierras fértiles en desiertos por la erosión del suelo y la tala indiscriminada desemboca en la desertización.

Casos de deforestación se han dado en muchos periodos de la historia, pero el régimen colonial se ha distinguido por su constante y continua práctica; incluso en países de largo coloniaje, sólo se ha podido preservar las masas forestales en cuanto la colonia todavía no ha llegado a ellas. Hay territorios del Paraguay donde la colonia sólo llegó en la segunda mitad del siglo XX, y así habían quedado inmunes al desastre.

En el campo lingüístico las deforestación colonial tuvo tiempos y áreas de especial incidencia que de una manera u otra han acompañaron el proceso de la pérdida de identidad, sea ésta la indígena o la paraguaya. La deforestación lingüística se cebó en primer lugar en los nombres de parentesco; destruido el sistema familiar y social de los guaraníes por las relaciones sexuales desordenadas de los conquistadores, cayeron pronto en desuso los términos relativos a la complejidad estructural en el cual la relación de hermanos del padre o de la madre y la de primos y primas paralelos o cruzados, era de primordial importancia para los casamientos y el rol de los parientes afines. Sólo subsistieron algunas denominaciones de la familia nuclear, y ni siquiera todas. Tamói fue sustituido por el taitá quechua o agüelo español, poco se recuerdan los nombres de la mayora –che ryke– o menora –kypy’i–, y menos el de suegro –che ratyu–, suegra –che raicho; mendy–, yerno –che rajy ména– y nuera –che ra’ytati–. Nietos y primos de segundo y tercer grado ni en sueño se conservan, aunque subsistieron en la sociedad de las misiones jesuíticas que las tenían en cuenta para dictaminar sobre impedimentos en el matrimonio, hacer patentes los grados de parentesco y mantener el orden social. Esas tablas de parentesco se pueden consultar en libros de la época.

Dados los escasos aportes de los colonos en el campo de la agricultura, los nombres de plantas cultivadas sí permanecieron, aunque ahora corren peligro de quedar arrasadas por el algodón o el maíz transgénico o la extranjera soja. La agricultura mecanizada no se expresa en guaraní sino más bien en inglés mal traducido. Los yuyos para el mate y el tereré son los que sobreviven todavía en el Mercado 4 y a las puertas de los Ministerios y entidades autárquicas, donde hacen punto empleados e intermediarios.

Las enfermedades autóctonas y sus remedios se dicen todavía en guaraní, pero no así las que han de curarse a través de productos vendidos en la farmacia, que por ininteligibles e innombrables se hacen incomprensibles e intratables.

 

  • Del libro Diálogos de la Lengua Guaraní, Secretaría Nacional de Cultura – Grupo Editorial Atlas, 2019