Museos del Paraguay

 

Moradas de la Historia

Por Gloria Muñoz Yegros, Directora General de Patrimonio Cultural

 

La puesta en valor de los Museos Históricos es una forma de intentar volver a escribir sobre los blancos muros con las agujas del tiempo nuestros propios pasos, desde aquella primera Casa-fuerte levantada en la bahía de los Carios, los enfrentamientos comuneros, los levantamientos indígenas, las luchas por la independencia, la cruenta Guerra del 70, hasta la turbulenta reconstrucción de la posguerra.

 

El sencillo y austero patrimonio histórico y cultural que constituyen las construcciones se condicen con la forma de vida igualmente sencilla y despojada de sus moradores originarios, en ellas no se evidencian grandes diferencias entre los modos y usos del señor o el hacendado y la gente común o los campesinos, no obstante, puede apreciarse en el acervo que conservan algún objeto de refinado lujo, vestigios del aprecio hacia las obras artísticas y elementos que hacían al cotidiano vivir confortable.

 

Esta característica distintiva se explica en la precisa aseveración de Rafael Eladio Velázquez: “Era la antigua clase directiva colonial, de ascendencia criolla y mestiza, que entroncaban con los conquistadores y las indias guaraníes del siglo XVI y había sido protagonista, por dos centurias, de la insurgencia comunera, en ese proceso histórico que nos singulariza en América y que se identifica con la temprana conciencia nacional. Nunca constituyó una oligarquía: era igualitaria, se hallaba permanentemente abierta al mestizo y al forastero, y en todo el Paraguay colonial no se conocieron apreciables diferencia de fortuna. El ‘status’ de español reconocido al mestizo paraguayo, desde la conquista -vale decir- su equiparación con el criollo, se ve ratificado por una Real Cédula del 31 de diciembre de 1662.”

 

Pero esos gruesos muros encalados de rincones umbríos, de adobe y tacuarillas han albergado una historia siempre intensa, de pasiones exacerbadas o excelsas, de glorias y  miserias, de triunfos y tragedias. Una historia de pasos implacables, sin reposo ni reparo en la sangre, una historia que demanda incesante a sus protagonistas el sacrificio y es mezquina a la hora de otorgar sus glorias, descripta con certera agudeza en la pluma del escritor Juan Bautista Rivarola Matto “…Nuestra historia es triste, pero no es una triste historia. Es la historia grande de un pueblo acosado por la adversidad”.


Los siete museos históricos fueron moradas de la historia, abrigo de su tumultuosa intemperie y desasosiego, desde el período colonial hasta el republicano de posguerra.

 

El Museo Casa Oratorio Cabañas y el Museo Yegros, escenarios de las luchas comuneras y de los enfrentamientos con los Jesuitas, lo fueron igualmente en la defensa ante la invasión de Belgrano y no se salvaron de la devastación de la Guerra contra la Triple Alianza. En la distante Pilar, el museo de su antiguo Cabildo es un homenaje a una de las instituciones más preciadas e importantes de nuestra nacionalidad. El Museo Dr. Francia, en la antigua Yaguarón, pueblo de indios y de encomenderos, atestigua los matices de la actividad colonial. El Museo Casa de la Independencia, emblema de la Revolución de Mayo, tras sus puertas cerradas de apacible apariencia doméstica, encendía por las noches la pólvora de la rebelión. Campamento Cerro León, baluarte del poder bélico durante la Guerra Grande y, finalmente, el Museo Bernardino Caballero, la cita obligada de los actores de la política de fin del siglo XIX y principio del XX.

 

La revitalización de los Museos y la conciencia de nosotros mismos que despierta, es una tarea de destacada relevancia que realiza la Secretaría Nacional de Cultura a través de la Dirección General de Archivos, Bibliotecas y Museos.

 

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