Por Víctor-jacinto Flecha
La concesión del Premio Cervantes, el más importante galardón de las letras castellanas, a Augusto Roa Bastos, fue el primer reconocimiento de carácter trascendente a la literatura paraguaya, por lo que se constituyó en un verdadero hito de nuestro proceso cultural.
El 23 de abril de 1990 le fue entregado el Premio Cervantes, correspondiente al año 1989, a Augusto Roa Bastos, en el Paraninfo de la Universidad Alcalá de Henares, por SM el Rey de España, coronando así una obra iniciada en la década del 40, con la novela Juan Moreira, que fuera Mención del Concurso de novelas del Ateneo Paraguayo de 1942, hasta la última, Madama Sui, que ganara el Premio Nacional de Literatura, en 1995.
El Premio Cervantes es como el Premio Nobel de las letras hispánicas. Fue instituido en 1974 con el propósito de honrar una obra literaria completa. Los candidatos son presentados por el pleno de la Real Academia Española y por las Academias de los países hispanos y los premiados en años anteriores. El jurado se halla presidido por el ministro de Cultura y Educación de España y desde 1980, en evitación de coincidencias, esta dignidad sólo puede concederse a uno de los candidatos. La ceremonia de entrega del galardón se celebra el 23 de abril de cada año.
La concesión de este premio a Roa Bastos para nuestro país fue un hito, verdadero peldaño que abrió las puertas al conocimiento del Paraguay, de su literatura, de su compleja situación de la construcción de su democracia que aún continúa. Su obra ya había recorrido gran parte del mundo, había sido traducida a más de veinte idiomas, pero el Premio Cervantes reforzó esa trascendencia y le dio visibilidad al Paraguay.
“La literatura es capaz de ganar batallas contra la adversidad sin más armas que la letra y el espíritu, sin más poder que la imaginación y el lenguaje. Y es esta batalla el más alto homenaje que me es dado ofrendar al pueblo y a la cultura de mi país que han sabido resistir con denodada obstinación, dentro de las murallas del miedo, del silencio, del olvido, del aislamiento total, las vicisitudes del infortunio y que, en su lucha por la libertad, han logrado vencer a las fuerzas inhumanas del despotismo que los oprimía.” (Del discurso pronunciado por Roa Bastos en Alcalá de Henares, al recibir el Premio Cervantes).
Augusto Roa Bastos
La vida de Augusto José Antonio Roa Bastos no fue fácil, estuvo tejida por las vicisitudes y los avatares de su patria. El Paraguay, su entrañable nación, estuvo signado por la tragedia. Durante toda su historia se sucedieron enfrentamientos entre los buscadores de la libertad y los que la enterraban. Innumerables guerras civiles, golpes de estado, largas dictaduras entre frágiles respiros democráticos más dos guerras internacionales apocaron a este país que, para peor, estaba metido en el fondo del continente sin salida al mar.
Nacido en 1917, cuando la patria iba logrando, de alguna forma, recuperarse de su hecatombe de la guerra contra la Triple Alianza (1864-1870). Conoció en su niñez la última guerra civil caudillezca (1922/1923), el gobierno democrático, el primero de este siglo, de Eligio Ayala (1924-1928). La guerra del Chaco la vivió muy de cerca e inclusive participó en ella, siendo todavía un adolescente. Y luego, en su primera juventud, vivió la efervescencia social y política de la post-guerra, experiencia que resultó como un catalizador de su manera de pensar sobre la vida. Entre la tiranía y la libertad, eligió la libertad pero no desde la perspectiva individual sino con un hondo contenido humano y social.
Perseguido por sectores fascistoides, en 1946, tuvo que ganar el exilio para salvar su vida. La guerra civil de 1947, esa hecatombe trágica, marcó su vida y lo dejó allende de las fronteras por décadas y solo pudo recuperar enteramente su país, en su ancianidad, cuando los signos democráticos por los que tanto luchó se estaba haciendo difícil realidad en el Paraguay.
La Obra
La obra de Augusto Roa Bastos está enteramente signada por los avatares de su propia vida, que a su vez, estuvo sesgada por las vicisitudes de su patria. El trueno entre las hojas, de 1953, su primer libro de cuentos es la expresión más acabada del mundo paraguayo que vivió durante su niñez y juventud. Allí están los cuentos elaborados con la arcilla de la pobreza, la soledad de los pequeños pueblos, el suyo, el de la infancia, cerca del río, donde sobrevivían algunas familias lugareñas dedicadas a la caza del carpincho, cuya grasa intercambiaban con productos industriales como yerba, fósforo y alguna que otra bolsa vacía de azúcar con los que confeccionaban sus vestimentas. Gente pobre a más no poder. Sus primeros años en el barrio Villa Morra de Asunción, en la casa de su tío el Monseñor Hermenegildo Roa, que Roa lo retrata en unos de sus cuentos, “El viejo señor Obispo”, y su experiencia en los yerbales, cuando era periodista del diario El País, antecesor de Ultima Hora. En su novela Hijo de Hombre, 1960, escrita después de una década de exilio, ya se le va escampo la realidad cotidiana de las cosas para asumir la perspectiva histórica de la globalidad de la tragedia del Paraguay que es representada a través de mitos universales entrelazados con mitos e historias del país. La serie de cuentos El baldío, 1966, refleja ya su condición de expatriado. Aún cuando el Paraguay traspasa enteramente los relatos del volumen, la misma está enclavada entre los paraguayos que viven en Buenos Aires. Moriencia (1969) es la transverberación mítica de una tragedia colectiva donde la vida está signada por el sufrimiento y la lucha reivindicativas de un futuro mejor. Yo, el Supremo (1974) es publicado cuando la dictadura que agobiaba a los paraguayos cumplía 20 años de existencia, y es producto de una profunda reflexión ante la presencia de poderes discrecionales que se justifican ante sí y para sí. La multiplicidad de ese tipo de poderes posibilita a Roa Bastos crear esa sinfonía múltiple de los poderes, incluidos los políticos hasta el poder discrecional de la palabra y quien la ejerce en la literatura. En 1992 publicó la novela Vigilia del Almirante, El marino retratado por Roa Bastos tiene la virtud de ser un hombre que transciende su tiempo por los mismos signos angustiales del hombre contemporáneo, casi como fuera la propia angustia del autor que aflora en las páginas. Es como si el agónico marino haya elegido a su propio narrador o éste haya elegido al marino porque a igual que él tiene la “la sensación (…) de girar en el vacío; de estar en todas partes y en ninguna, en un lugar que se llevó su lugar a otro lugar…” como les suele suceder a los que conocen los caminos del exilio. En 1993 publicó su novela El Fiscal. En el año 1994 apareció Contravida, versión nueva, de otra escrita en 1968. En 1995 publicó su novela Madama Sui, una simbología que el pueblo paraguayo, a pesar de ser poseído por el poder brutal de la dictadura, guardó dentro de sí sus valores esenciales. Metaforismos (1996), es la quintaesencia de toda su obra. La recorre, entresaca citas, expresiones, como si fuera que utilizara un sedazo para dejar todos los granos enteros que pudieran vislumbrar el pensamiento subyacente en todos sus libros. La última obra publicada fue una novela corta: Frente a frente argentino frente a frente paraguayo (2004), publicada en el libro Los conjuradores del Kilombo del Gran Chaco. Este texto maravillado y maravilloso, es una reverberación de la genialidad de Roa, que pone frente a dos Cándido López, (el pintor oficial de la guerra de la Triple Alianza), uno argentino y otro paraguayo, cada uno pintando la guerra desde perspectivas diferentes, mediado por Mitre, que durante la guerra traduce al español el Infierno de Dante.
Augusto José Antonio Roa Bastos volvió anciano a la tierra que lo vió nacer para morir en ella, el 26 de abril de 2005.
Un hito
El mismo año en que fue derrocado el Dictador, cuando el Paraguay comenzaba a respirar, el premio fue un muy buen augurio. Su obra, su esfuerzo, había logrado el milagro, el mundo se volteaba a ver a Paraguay, empezaba a tener visibilidad, esa es la fuerza de una obra sólida, creativa, seria, ese fue el mayor premio.